Érase una vez una bacteria muy
buena. Digo buena porque no quería hacer daño a ninguna célula, aunque pudiese
de sobra. Todas sus compañeras de cepa se reían vehementemente mientras
colonizaban y atacaban sin piedad sus
objetivos, mientras que ella no lo hacía. Nuestra amiga simplemente se dividía, y su bondad era repartida entre sus
dos hijas recién nacidas, las cuales
seguían siendo objeto de mofa. Pero curiosamente, las risas sólo estaban
dirigidas a una de ellas, ya que la otra bacteria resultante de la división
dejaba rápidamente de ser buena y se convertía en mala; vamos, en normal, como
el resto. Así que, por ahora (hasta el término de este nanorrelato), siempre quedaba
una buena.
— ¡No está todo perdido, chicas!— se decían
unas a otras, las células supervivientes.
Aunque parece que han de predominar los malos, siempre hay sitio para los buenos.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro
Sin duda. Un abrazo, amigo
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