Los mareos eran insoportables. Bueno, tampoco quiero ser un narrador exagerado: eran muy desagradables. Le habían dicho, de muy buena tinta, que podrían ser vértigos. Hasta aquí bien, todo normal; aunque, con lo poco que se había movido en toda su vida, tenía cierta gracia que, esa misma vida que él había tratado tan estáticamente, le devolviera “el favor” mediante un síntoma como si fuese el más audaz y primerizo paracaidista. En fin.
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