Y por fin, apareció. Los rezos, la historia, las súplicas, la lógica, las palabras, la verdad…, no fueron suficiente contención. Los buenos (sí, los buenos, he dicho bien) avisaron de su inminente llegada. Allá estaba, con su repugnante silueta. El cielo no tuvo más remedio que ennegrecerse pero no para derramar su beneficiosa agua, sino para no ver el espectáculo abyecto que, en breve, iba a tener lugar.
Óleo del pintor chileno Mauro Olivos |
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