La oscuridad reinaba en su mundo. El silencio también era una constante que acompañaba a la ausencia de luz. A veces, pero sólo a veces, le parecía escuchar voces muy lejanas, como si se dijesen dentro de una tinaja, tan apartadas que no era capaz de descifrar algo de su significado, aunque eso sí, de alguna forma le parecían familiares…y agradables. Un buen día, todo se desbarató: La prisa llegó de improviso a modo de empujones. Y con ella, una luz cegadora, y el aire fresco en sus pulmones, y…el olor, ¡el olor de la dueña de la voz!
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