Desde
pequeñito quiso ser lo que quiso ser. Conseguir abrirse paso con su sueño a
cuestas le fue muy difícil, pero ya se sabe que si un sueño es de verdad, es
imposible que el ser humano que lo tiene agarrado a sus circunvoluciones tire
la toalla. Sus padres, cuando les comunicó su plan “para ganarse la vida”,
no pudieron disgustarse más. Pero siguió adelante. No le fue sencillo encontrar
maestros en su disciplina, ya que desde hacía tiempo dicho saber estaba un poco…olvidado.
Para compensar la falta de docentes, veía y veía una y otra vez actuaciones
grabadas, muchas de ellas en blanco y negro, del maestro de maestros, Marcel
Marceau, y como él, también llevaba cada vez que actuaba una flor en su sombrero con
el mismo objetivo que su ídolo: representar la fragilidad de la vida. Quién iba
a decir que su profesión, la de mimo, iba a ser de las más demandadas en estos
tiempos en que nadie puede tocar nada ni a nadie. Así que iba empresa por
empresa, colegio por colegio, enseñando cómo debían de trabajar y relacionarse
sin ponerse en peligro. Y esa flor que brotaba de su sombrero les recordaba a
todos, además de la fragilidad de su existencia, lo terrible que puede ser la
soberbia aquí, en el tercer planeta del Sistema Solar.
Expresar sin tocar también es un arte, al que vamos a tener que acostumbrarnos.
ResponderEliminarBuen personaje y muy buen relato, Pedro.
Un abrazo y a cuidarse.
Viniendo de ti, un premio. Un abrazo, profesor
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