A todos. A
los que están dentro y a los que están fuera. A los que se les perla la frente
de miedo a contagiarse y a los que...ni lo piensan. A los que les dan medicinas a los
pacientes y a los que les ofertan la mano virtualmente. A los que no han salido de
casa y a los que salieron, y por fin entraron, se dieron cuenta de la maldad de
este virus. A los que rezan y a los que solo lo hacen a ratitos, por si acaso.
A los que han perdido a alguien insustituible y a los que la suerte les ha
tocado con su pluma. A los que se lanzan con los chiquillos al suelo del salón
para entretenerles y a los que se tiran encima del paciente para meterle un
tubo por el gañote a modo de cordón umbilical con la vida. A los que llaman
por teléfono a sus enfermitos para proseguir el tratamiento como sea y a los
que llaman a sus padres del pueblo diciéndoles, una vez más, que no salgan a la
calle. A los que analizan incansablemente los datos esperando un atisbo de
aplanamiento y a los que ya solo ponen la videoconsola. A los poetas que se
desesperan porque no les sale un solo verso y no pueden ayudar desde su
perspectiva, y a los que lloran al escribir cada parte de defunción. A los que
limpian el suelo una y otra vez y a los dejados que no lo han limpiado jamás
desde que empezó la cuarentena. A los que reparten alimentos incansablemente y
a los que esperan tranquilos delante del súper.
A todos y a todas (como se dice ahora): un abrazo. No tengo otra cosa.
A mí me parece que tienes mucho que dar, lo demuestran estas palabras sacadas del corazón. Todo sirve y todo es necesario. No sé si se le podría llamar propiamente "nanorrelato", pero sé que siempre merece la pena leerte.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro. Cuídate mucho
Gracias, profe. Otro grande para ti
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