Adelante. Suena el despertador; acción absurda porque llevo una
hora con los ojos como platos. Lo primero, lo primero: ponerme las orejeras que
tengo en la mesilla, para evitar distraerme del objetivo. Nada, ni caso a Twitter, ni Facebook, ni nada. Solo ciencia y ciencia. Ojalá tuviera más, más
certezas, más de todo, pero hay que luchar con los datos que tengo. Acordarse
de Napoleón, que de esto de luchar entendía un poco, Cuando el enemigo se equivoca no hay que interrumpirle. No me
quiero equivocar. Y además no puedo pedir ayuda, porque el planeta está igual…,
o peor. Sigo. Órdenes, resultados, órdenes. En su día prometí ser directora
general por y para…el pueblo. No voy a faltar a mi juramento mientras me quede
ATP disponible. Me caigo un poco, nadie me ve. Soy médico, por tanto me levanto porque
la medicina no se puede ejercer de rodillas. Me acuerdo de cosas buenas. Solo un
ratito, como para descansar. Las aparco, ya que en el frente pueden ser muy
dañinas. Una llamada y otra, una videoconferencia y otra. Un pasito más. Parece
que se aplana la curva. Pero..., sorpresa, todavía hay gente que intenta
escapar al pueblo. Fuera pensamiento negativo. El enemigo es muy fuerte. Pero yo también. Soy
de arriba de la montaña. Adelante. Y de algo estoy segura, como la vieja
canción de aquellos gallegos: “Y bailaré
sobre tu tumba……” coronavirus.
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