Recuerdo que mi abuela sobrevivió a la epidemia. Estuvo muy
malita, pero aguantó. Jamás contó a ninguno de sus hijos ni a sus numerosos
nietos nada malo, nada negativo, de aquella experiencia del coronavirus. Cuando
mi padre la trajo a casa, se sentó en su sillón de siempre, exigió que se
pusiese en la televisión “Sálvame”, y colocándose las gafas se comportó como si
no hubiese pasado nada de nada. Pasados algunos años y sorprendido con aquel
silencio extendido, estando en mi segundo año de residencia en psiquiatría,
pensé que sería bueno que “descargase” alguna emoción para adelgazar su mochila.
Me miró fija a través de aquellos gruesos cristales y me dijo: claro que te cuento algo malo, muy malo.
Cuando tenía cinco años se me cayó la muñeca de trapo al río…, y se la llevó la
corriente. Se me han caído muchas más muñecas a otros ríos a lo largo de mi
vida, pero esa fue la más importante. Mi abuela me hizo psiquiatra.
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