Y el tiempo fue transcurriendo inexorablemente (hasta aquí todo normal), pero esta vez lo hizo como realmente le gusta (si le dejan, claro), como le encanta que le vean, como le apasiona que le recuerden: como un sumatorio de errores. El jugador dándose cuenta de su situación desesperada intentó que la banca le fiara para jugárselo todo a una carta. Pero un gesto abyecto del crupier, hacia la manta de cuadros que cubría sus enjutas piernas, fue suficiente para que no se le permitiera esa segunda oportunidad.
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