Nunca llegó a imaginarse que, una vez delante del pelotón de fusilamiento, la sensación fuese tan liviana. Siempre había tenido muy presente que podía darse dicha situación, dada su elección (incorrecta) en tiempos de guerra, pero le causó muchísima sorpresa que llegado ese momento tan imaginado y poco deseado, tuviese tan poco empaque la congoja desprendida por el hecho de estar a punto de perder la vida. En cambio, lo que no podía quitarse de la cabeza, el verdadero sufrimiento muy por encima del existencial, era el que nadie había comprendido (ni un solo asentimiento en todo el juicio, pero ni uno) porqué hizo lo que hizo. Nadie.
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