Cuando la ecuación parió por fin la equis, su equis, no se sentó ni reflexionó sino todo lo contrario: dio un salto tremendo. Cómo lo hizo en medio de una vagón del metro, un montón de miradas abandonaron momentáneamente sus libros electrónicos, sus periódicos gratuitos y…las piernas de la de “al lado”, para enfocar al repentino bote de alguien en medio del vacío. En un tiempo mínimo, dichas miradas volvieron a sus tareas anteriores como si allí no hubiese ocurrido nada, salvo la de un anciano, que haciéndole una seña para que se acercase, y tapándose la boca con la mano persiguiendo la máxima discreción, le dijo:
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