Y cuando frotó por
tercera vez la vieja lámpara de cobre emulando al archiconocido protagonista
del cuento, se le apareció el genio. No era de color azul, ni de proporciones
monstruosas, lo que le hizo creer que tampoco tendría cualidades mágicas.
— Te equivocas al pensar
eso de mí — le arrojó de inmediato el genio al ver su expresión de desaliento — Yo soy lo mismo que
tú, puedo hacer tanto como anheles tú, como desees de verdad. Lo que quieras,
vamos.
— ¿Seguro? Porque yo…, no
tengo poderes.
—¿No? Cómo es posible que
hayas eliminado por completo la autoestima que ni lo evidente crees ¿Te parece
poca magia frotar una lámpara y que se aparezca un genio? ¿Sabes cuanta gente
se tira toda su vida restregando su mano contra un sinfín de superficies, completamente
desesperados, y lo único que obtienen son llagas en sus dedos?
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