Casi al final de su
discurso de despedida hizo una parada causada por la emoción. Las personas que
estaban escuchándole pensaron que aquella flaqueza era debida a la turbación
causada al relatar tantos éxitos clínicos, libros escritos, viajes y descubrimientos
en los casi sesenta años dedicados a la medicina. Pero no, solo él sabía que
aquella emoción era causada por el recuerdo de cuando era un joven médico y fue
a visitar a una paciente moribunda, que mientras ojeaba la ristra de papeles
donde quedaban reflejados todos los parámetros analíticos, situación actual y
demás datos necesarios para tratar a cualquier persona, ella le dijo, con una
vocecilla débil, que si en todos esos “testamentos” ponía que estaba sola, que
eso era lo más importante, y que ningún médico se lo había preguntado; pero no
se lo digo a usted para dar pena, no. Se lo cuento por si usted me podría coger
la mano y así me muero acompañada. Y así hizo. Y se murió. Y no estaba sola,
estaba él, su médico. Y esa mano, pequeña y enorme, es la verdadera
protagonista, la que le llevó en volandas a conseguir todos los éxitos que he
mencionado más arriba. Pero ese secreto se lo guarda para él, porque es médico
y los médicos guardan confidencias de sus pacientes.
Hay gestos que justifican vocaciones y vidas enteras. Un relato emotivo y lleno de positividad, aunque parta, en principio, de una tragedia.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro
Así es amigo mío. Gracias. Un abrazo
EliminarQué hermosura de relato, de gesto, de ambos remates (el vital y el literario). Un abrazo, Pedro.
ResponderEliminarMuchísimas gracias. Viniendo de ti es un aplauso enorme!!!!!
EliminarQue bello! La intemporalidad de la soledad, en todos los ámbitos, pero el más doloroso sin lugar a dudas el hospitalario, donde más débil y frágil te sientes
ResponderEliminarAsí es....bien dicho. Muchas gracias por tu lectura y comentario. Un abrazo muy fuerte
Eliminar