El chiquillo lanzó la
flecha con todas sus fuerzas y su mejor puntería. Blanco. Su abuelo cayó al
suelo inmediatamente ya que la saeta le dio en pleno ojo derecho y el dolor
ocasionado era, de momento, inaguantable. Las personas se repartieron en dos,
los que fueron a socorrer al abuelo y los que regañaron al niño. ¡Qué
fatalidad! dijeron a la vez los dos líderes de ambos grupos, con ese ojo tan
hinchado no le podemos dejar en la residencia…, siempre hay imprevistos que
descabalan todo, continuaron apuntalando los seguidores de ambos jefes. En un
rato pequeño, cuando nadie estaba pendiente, el abuelo guiñó el ojo bueno al
nieto que le correspondió con el dedo pulgar hacia arriba mientras iba camino
de cumplir el castigo impuesto a su habitación.
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