Érase un periódico
gratuito. Estaba muy deprimido, ya que él quería ser otra cosa, una revista
médica especializada, un catálogo de divertidos juguetes que los niños ansiosos
ojearan una y otra vez, quizá un boletín autonómico que contuviese resoluciones
importantes.., yo que sé, otra cosa vamos. Estaba harto de pasar de mano en
mano y de dormitar en las horas bajas de afluencia de viajeros encima de un
asiento, puesto de cualquier forma. Tenía las esquinas dobladas de tanto lector
descuidado y le dolían bastante. Cuando alguien lo agarraba, porque era eso lo
que hacían con él, agarrarle, pasaban las hojas muy rápido, como si lo que
mostraba no tuviese importancia y eso no era cierto, pensaba él, llevo lo más
importante de las noticias, la actualidad más rabiosa, pero…, como soy gratuito
la gente cree que lo que guardo dentro de mis entrañas no es valioso. Las
personas sólo valoran lo que cuesta dinero y cuanto más mejor. Un día estuvo a
punto de llamar a un psicólogo, pero un viajero que tuvo la deleznable actitud
de al terminar la hojeada convertirlo en una turuta, se enteró que era psicólogo cuando contestó al móvil. ¡No
hay esperanza! Así que siguió agarrado a sus sueños y fabulaciones como, por
ejemplo, que sería algún día un ejemplar de The
Lancet.
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