Tenía el veneno dentro (o
el antídoto, que eso sólo depende de cada uno). Su monstruo se lo dosificaba
aceptablemente para que llevara una vida normal, gaussiana digamos. El problema venía cuando de repente en la
televisión oía alguna canción de juventud, como la “chica de ayer”, que entonces ese monstruo, que parecía comedido,
empujaba de golpe el émbolo de la jeringuilla que contenía esencia de amor puro
y todo su organismo se convulsionaba ante tal concentración repentina. De
hecho, si estaba cerca alguna persona de las que habitualmente le cuidaban en
la Residencia, le miraban si tenía el parche de nitroglicerina despegado
mientras le tomaban el pulso, a la par que le echaban la bronca << en cuanto se sienta así dígalo de inmediato,
que no espere…, que es peor>> También le había ocurrido alguna vez al
encender la radio del coche alguno de sus hijos mientras le llevaban, pero
todos eran unos conductores excelentes y nunca perdían la vista de la
carretera, como él les había enseñado.
Gracias, Nacha Pop.
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