No recuerda el día en que se
convirtió en asesino y mucho menos cuando admitió al mercado y pasó a ser
asesino a sueldo, porque fue en ese
orden. Todos sus trabajos habían sido siempre impecables, y escribo eso porque
jamás le habían echado el guante. Pero llegó la crisis y las crisis son para
todos, para los que venden coches, para los que diseñan interiores y para los
que te meten una bala del calibre 7,62 en la cabeza a mil metros con viento en
contra. Así que a la vez que unos se iban al paro súbitamente, a él empezaron a
caerle trabajos cada vez peor pagados, lo que implicaba por ejemplo que sus
disfraces ya no eran tan buenos: de hecho una vez utilizó una peluca que le
produjo un sarpullido que le impidió trabajar durante un tiempo y dejar rastro
de su identidad en el Centro de Salud. Al último lo mató con un garrote delante
de todo el mundo. ¡Maldita crisis!, exclamó mentalmente, escondido en una
pensión de mala muerte mientras oía a la dueña golpear en la desvencijada
puerta mientras le gritaba que le debía una semana.
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