A diferencia de sus
anteriores y posteriores reencarnaciones, esta, de la que vamos a hablar, le
marcó más. Tanta fue su importancia que, a pesar de la imposibilidad divina en
la existencia de la más mínima contaminación entre las distintas vidas,
arrastró en todas las siguientes cierta parte indestructible. Sí, jamás pudo
olvidar nunca ni siendo aquel capitán de barco, aquel carpintero bonachón,
aquella lombriz lozana, aquella grulla comedora de lombrices, aquel caballo percherón, aquel feliz cocinero…, jamás pudo olvidar, repito, el dolor sufrido
durante el maltrato vivido en aquel nefasto matrimonio. Jamás pudo deshacerse
totalmente de las humillaciones, los golpes, las hirientes lágrimas tanto de
ella como de su hijo, agarrado a su pierna, al palo mayor, rezando en bajito
que pasara pronto la tempestad. ¡JAMÁS!
Hay cosas que no se olvidan nunca, así que pasen generaciones. Son marcas indelebles, pero presentes.
ResponderEliminarBuen relato, Pedro
Un abrazo