Cayó fulminada. Los ojos de la
impotente madre se arrojaron sobre aquel todopoderoso occidental que no había
podido salvar la vida de su hija, la cual sólo tenía hambre…, desde siempre.
Por la cabeza del formado médico, de
forma automática, pasaron síndromes,
niveles de electrolitos, ósmosis, dobles membranas lipídicas, proteínas
diversas, y no sé cuántas jilipolleces más, intentando, como había hecho
siempre, justificar científicamente el por qué se había muerto la paciente.
Pero, de la misma forma que una brizna de hierba atraviesa el duro asfalto
aunque parezca imposible, ese execrable acontecimiento hizo que fuera más
humano para siempre, aunque…, como todo tiene su precio, sobre todo en el mundo
de Freud, todas las noches cuando está solo se toca en el corazón las dos
úlceras, una por cada ojo, que le tatuó
la madre al vomitar a ciegas la injusticia que llevaba dentro. Y no se
lo dice a nadie. Es el dolor, su secreto, el que le recuerda que es mejor,
mucho mejor.
Para mis amigos FER (Dr. de la
Calle) y Belén (Dra. Fernández). Allá en
Angola…..
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