Érase un buen adivino. Ante él se
presentó nuestro protagonista. Y…le preguntó sin miedo. Y…le contesto
francamente, con cierto temor eso sí. A partir de ese momento, intentó
desesperadamente alterar lo que el magnífico agorero adelantó. Hasta que cayó
rendido de cansancio e hizo lo que le habían revelado: se quitó la vida. Y el
adivino continuó siendo lo que era, un adivino, pero en una mudanza se rajó, y
por significar dicho acto mala suerte para siete años, acabó en la basura, que
es el sitio donde tarde o temprano acaban esos
videntes.
Al final el tiempo pone a cada uno en su sitio, si bien, las supersticiones se mantendrán mientras alguien crea en ellas.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro
El problema es que te lo diga el espejo....y le hagas caso. Casi prefiero las supersticiones!!!!! Un abrazo muy fuerte, Ángel.
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