Cada vez se veía más feo. Cada vez el espejo no mágico (real) le devolvía una imagen con una dosis mayor de repugnancia. El mentón era alargado, la nariz aguileña y una verruga enorme hacía de punto gravitatorio de su cara. Cuando sonreía, a la desesperada, con el objeto de coger algo de carrerilla para iniciar la difícil mejoría, dicho gesto era eclipsado de inmediato por el color negro de sus dientes. Por lo visto…, la manzana era para ella (o él).
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