Los sueños, sus sueños, sí, esos que eran como pájaros de tonalidad rosada muy agradable (e inalcanzables, ya he dicho que eran sueños), fueron de repente perdiendo altura hasta que, ya a tiro de una “bandada” de crueles y certeras cazadoras, que portaban las mejores escopetas existentes en el mercado, empezaron a disparar contra ellos derribándolos a todos sin excepción. Una vez en el suelo, que no era un mullido colchón de hierba fresca como en las praderas de las películas del lejano oeste, sino un barro húmedo y pestilente, fueron pisoteados por una manada rabiosa y descontrolada de esos ñúes que salen tan frecuentemente en determinado canal televisivo, y cuyas pezuñas iban rematando a aquellos rosados sueños que habían tenido una segunda oportunidad después de la perdigonada recibida.
<< Ufff..., vaya sueño ¡Anda que no me quedan sesiones con el psiquiatra! >>
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