La alegría presentó su cara más bonita conforme se iba agrandando la luz del final del lóbrego túnel. La cobardía, a su vez, en el mismo recorrido, se iba haciendo más y más espesa. Llegó un instante infinitesimal donde ambos factores se equilibraron en masa y energía cuando, personado al final, una gran montaña de blanquísimas nieves apareció. Pero al cabo de un rato, no muy largo, la cobardía se fue deshaciendo cual cúbico azucarillo en un cortaito bien caliente, ya que su medio natural, la oscuridad del túnel, había desaparecido ante la luz reflejada por la nieve de la inmensa mole. Así que acompañado, ahora sí, sólo por la alegría, comenzó su ascenso.
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