Era un asesino
implacable. Jamás había hecho ascos a ningún trabajo, por muy difícil que
fuera. De hecho, una vez llegó a poner una bomba en un colegio para “eliminar”
a unos de los chiquillos, hijo del enemigo de la persona que lo contrató. No le
temblaba el pulso. El siguiente trabajo era bastante sencillo: matar a un
perro; un exmarido dolido le contrató para hacer el mayor daño posible a su
exesposa. Así que cogió una pistola de un calibre pequeño y hasta el domicilio
de la recién divorciada fue. Abrió la puerta cuidadosamente y de pronto un
perro lanudo se le echó encima y se lio a darle lametones en la mano con la que
empuñaba el colt calibre 22. Miró al animal fijamente y el chucho le contestó
moviendo el rabo y dando saltos de alegría. Y así le detuvo la policía: sentado
en el suelo, impávido frente a su objetivo. Como estaba en un país donde había
pena de muerte, pues hasta la horca llegó por sus execrables crímenes
anteriores. En el último momento, el verdugo
le preguntó:
« ¿Por qué? Con lo fácil que es para ti
matar…» (Realmente quería decir para los dos).
« Porque nunca nadie me había dado amor. Me
paralizó la sensación», le contestó el reo mientras le agarraba el antebrazo en
señal de “tranquilo, haz tu trabajo. Te lo digo de corazón”.
Pues…, el reo sigue en
el corredor de la muerte a fecha de hoy, ya que el verdugo no pudo ejecutar la
sentencia y le despidieron, claro. De su anterior trabajo sólo recuerda algo
cuando se toca de forma refleja el antebrazo al ver alguna película donde el
amor, la amistad o el respeto, son el eje central del guion.
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