Llevaba 752 años de
becario. Se plantó. No quiso hacer nada más, ya que para su cerebro había
llegado la hora de la jubilación, esa de la que le habían hablado hacía mucho
tiempo, esa que él mismo había visto posarse tranquilamente en sus
progenitores, esa que venía anunciada con colores plateados. Él tenía el pelo
completamente blanco, y su otro yo, el educado en lo anterior digamos, fue el
que dijo: Ya, es la hora del descanso. Se fue a un pueblo y nada más llegar se
sentó en una mesa a jugar al dominó, como estaba escrito. Pero no había nadie
más con él, así que sólo pudo comprobar que la caja de madera contenía las 28
nacaradas fichas. Después fue a buscar a su nieto a la salida del colegio, pero
ningún niño le cogió de la mano ya que ni tan siquiera había tenido hijos.
Paseó un rato por la calle principal pero nadie de su edad le saludó, ya que él
no era de allí, había nacido en el arrabal de una gran ciudad. Por desgracia, sólo era un
becario envejecido ahora fuera de su ecosistema, es decir, un producto
económico sacado de una gráfica. Fin.
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