Era un artista sin
aplausos. Ni uno. Escribía, pintaba, recitaba, vamos…, de todo. Pero no recibía
ni una mísera moneda en el platillo de su ego. Había leído en internet que
muchos creadores estuvieron toda su vida sin un mínimo reconocimiento, y que
tan solo fueron apreciados cuando ya habían cambiado de dimensión; pero eso no
le reconfortaba, ya que quería que el triunfo, por pequeño que fuese que ya
sabía que las cosas estaban muy malas,
fuese en vida a poder ser, porque tampoco se fiaba mucho de “qué hay después”.
Le decían sus familiares, amigos y personas que le apreciaban, que ese
planteamiento era erróneo, que uno debe de crear por placer, que eso era lo
puro, lo correcto. «Ya, ya. Por eso el mundo va como va» Así que un día se
quitó la vida. Pero no fue por acelerar la posibilidad de ese reconocimiento
póstumo. No. Fue porque estaba enfermo, y ya sabemos que la enfermedad
aprovecha cualquier oportunidad para triunfar.
Un relato existencialista, contado con el oficio que tan bien dominas, como pocos.
ResponderEliminarUn abrazo grande, Pedro.
viniendo de ti, maestro.....,un halago. un abrazo
EliminarCrear por amor al arte sin más o es el reconocimiento de los demás lo que le da sentido a lo que hacemos. Interesante cuestión que aflora en este relato. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Alberto. Un abrazo
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