Entró en la jaula. El guardia la
miró con aire de extrañeza ya que era la única niña que ni lloraba ni gritaba
desesperadamente: Papá, mamá, papito o mamita, por poner cuatro de los más
escuchados. Se sentó en una esquina. Volvieron a abrir la puerta y el policía,
un chico pelirrojo y de color azul claro sus ojos, le volvió a preguntar su
nombre y el de su padre. Ella sacó un papel arrugado de la
barriga del oso de trapo que se agarraba a su bracito con tanto miedo como su
dueña a él. El rojizo muchacho pensó que la chiquilla era sordomuda y que por
eso le enseñaba el papelito tan bien custodiado. Leyó. “En CONGRESO, 4 de julio
de 1776. Sostenemos como evidentes por sí dichas verdades: que todos los
hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos
inalienables, que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la
Felicidad”
«Ustedes lo escribieron, señor
Agente. Por eso hemos venimos acá, dice mi papito»
El azul claro de los ojos del
muchacho se oscureció presagiando la más terrible de las tormentas.
Un relato de plena actualidad, que incide en un problema que no se sabe o, más bien, no se quiere encauzar como debiera. Triste y real.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro
Gracias, amigo profesor. Un abrazo
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