Consiguieron sobrevivir
al negro oleaje que les gritaba, como si de una sirena se tratase, dónde
deberían acabar. Aguantaron ante los miasmas que día a día en el campamento les
susurraban recordándoles en qué iban a transformarse. Sobrevivieron a las execrables
palabras que escupían los televisores, con engolada voz, dónde deberían irse de
inmediato. Y caminaron. Y trabajaron. Y tuvieron amor y descendencia. Y vejez y
paz. Y sus hijos nunca supieron el porqué, mientras vivieron en la casa de sus
padres, jamás quedó un grifo abierto, nunca hubo un mal olor y en la televisión
siempre daban dibujos animados.
Todo tiene su precio...
ResponderEliminarUn abrazo.
HD
Sin duda, amigo Humberto. Otro abrazo para ti
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