Érase un dinosaurio, un
velocirraptor para ser más exacto, que había conseguido llegar vivo hasta
nuestra época. No sabe muy bien cómo, sus padres, abuelos, y demás progenitores,
pudieron mantener el anonimato de su
especie. Pero así era y además, en el momento de escribir estas líneas, estaba
muy solo como hijo único. Esa soledad le
empujó a entablar contacto con ese mono evolucionado del que le habían hablado
sus padres antes de, ¡pobres! , tragarse una bolsa de plástico a medias y morir
asfixiados. La verdad es que, salvo un becario que le sacó sangre para hacer más
sólida su tesis doctoral sobre la vida en el jurásico, nadie le había hecho ni
caso. Eso realmente no le importaba mucho; lo que sí que le chocaba es que esos
“hombres” seguían buscando fósiles de dinosaurios y especulando sobre si tenían
o no plumas, « ¡pero no me ven a mí!», o
cómo sería su alimentación « ¿por qué no me lo preguntan...? » Así que no le
quedó más remedio que buscar a la única persona que se había medio interesado
por él, el becario, y le formuló sus dudas « ¿Por qué no le importo a nadie?
¿Esto es eso que dicen que a la gente le interesa más la posverdad? ¿Es eso, becario?»
No, le contestó el estudiante eterno que ya pasaba de los cuarenta y cinco: creo
que es porque eres un dinosaurio. Deberíamos estar pendientes del próximo
meteorito que vuelva a caer para ponernos los primeros en su onda expansiva.
Los dos estamos fuera de nuestra época.
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