Volcó la noticia justo en el
medio del salón de su casa, como si descargase un saco de cemento: «me he
quedado sin trabajo, familia». En un instante
pensó que lo peor ya había pasado, que era sin ninguna duda enfrentarse a sus
seres queridos trayendo semejante desgracia. Pero como siempre en la vida, nos
imaginamos las cosas de la forma más torticera, así que cogió aire de forma
simbólica y en seguida volvió al mundo real dejando el pequeño planeta de las
lamentaciones que había estado visitando, y empezó a tomar decisiones lo más
productivas para parar la hemorragia: «dada mi edad creo que es mejor cobrar
todo el paro de golpe e iniciar un pequeño negocio. Saldremos adelante» sentenció a su familia. La seguridad mostrada
taponó de inmediato la herida. Al día siguiente, en la oficina de empleo, nada
más sentarse en la mesa después de que su número apareciese en la pantalla, un
funcionario les dio malas noticias: le habían negado lo que le correspondía,
porque acababa de llegar un informe sobre el vídeo aportado por su ya exempresa
que le hicieron cuando le comunicaron que iba a ser despedido después de
treinta y cinco años de trabajo ininterrumpido y “en ninguna de las imágenes se percibía en su expresión atisbo alguno de
rechazo, disgusto, incomodidad, sufrimiento, desconcierto, miedo, o cualquier
otro sentimiento similar. La expresión de su rostro es en todo momento relajada
y distendida. Tampoco aprecio en ello esa ausencia y embotamiento de sus
facultades superiores…”, leyó textualmente el funcionario.
Esos treinta y cinco años fueron exageración suya. ¿O es que no contó las vacaciones, los feriados y las ausencias por enfermedad? ¿Tampoco se enteró de que la ex empresa había cambiado de dueños?
ResponderEliminar¿Lo que le correspondía? ¿Y qué se esperaba saliendo vestido así, con el ruedo del pantalón más arriba de los tobillos?
Saludos.
Es una metáfora de algo que ha ocurrido aquí, en España. Un abrazo y gracias por tu interés, Taty.
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