Las ovejas empezaron a
saltar la valla ordenadamente, de nuevo. Una, otra y otra y cuando estaba a
punto de dormirse… ¡Zas! Los párpados subían como dos persianas impacientes.
¿Por qué? Pues porque la supuestamente última oveja se paraba ante el obstáculo.
Se negaba a brincarlo, vamos. Claro, ese flagrante incumplimiento de su
obligación le hacía sobresaltarse y, en definitiva, no pegar ojo. Así que harto
y desesperado tomó las de Villadiego y se atizó una benzodiacepina a la que las
ovejas, como todo el mundo sabe, son tremendamente sensibles. Pero antes de
saltar obligada por la tiranía del fármaco, le dijo en bajito: es muy difícil
convencerme que ser un esclavo es correcto. Mañana tendrás que tomar el doble
de dosis.
Una oveja muy lista, y peligrosa.
ResponderEliminarUn abrazo, mi estimado.
HD
Otro abrazo fuerte para ti, amigo.
ResponderEliminar