Cuando cumplió 175 años,
mientras soplaba las velas hincadas en una tarta de dos metros cuadrados que
los nietos de sus tataranietos le habían regalado porque era la única que
podía contener semejante número, comenzó a pensar en hacerse un plan de pensiones,
¡que ya estaba bien de ser un inconsciente! Era hora de empezar, con
tranquilidad eso sí, a asegurar el día de mañana. Y al día siguiente, ni corto
ni perezoso, se acercó a la sucursal que más lejos encontró, ya que era muy
celoso de su intimidad y hacer una cosa así, pensó, pudiera llevar a engaño a
sus vecinos que al enterarse interpretaran cierta cobardía ante el futuro. La
persona que le atendió, con los ojos como platos durante toda la entrevista ya
que, además de preguntar por el plan de pensiones, intercalaba frases de
“podríamos merendar juntos, señorita” y “en mi pueblo tengo una casa con
chimenea”, le negó todas las proposiciones, las de tipo personal y, por
supuesto, la apertura de cualquier plan dada su elevada edad. Pues no entiendo
nada, le espetó: cuando vine hace noventa años a comprar preferentes, la
persona que me atendió no me puso ninguna pega de mi, entonces, “elevada edad”
y aceptó el dinero con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Tú te lo pierdes! Y…,
volvió a su partida de mus. ¡Tu abuelo jugaba mejor! Qué deshonra de nieto, a tus cien años ya
podrías haber aprendido algo. Eso es por comer brócoli y no panceta… ¡Manolo,
ponme otro coñac que este jovencito paga!
Muy divertido, actual y con su carga de profundidad contra los bancos y su usura.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro.
Muchas gracias, profesor. Un abrazo fuerte.
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