Érase
una vez un hombre con dos subconscientes. Cada mañana se despertaba él primero,
y esperaba un ratito a que uno de los ‘dos’ le hablase. No había una regla
fija, ni nada de nada, con la que adivinar cual de ellos estaría acompañándolo
el resto de día y…, como siempre que existen dos opciones, pues eso, uno de
ellos era bueno y el otro malo. Así que, independientemente del resultado, el
tiempo de desfase entre su amanecer y la manifestación de cualquiera de sus
subconscientes, que solía ser de unos cinco minutos, era el único segmento de
su vida en el que se sentía solo…, y libre, claro está. El bueno sólo le
aconsejaba y le repetía constantemente, machaconamente, mañana tras mañana en
las que ganaba la existencia:
<<
Aprovecha esos cinco minutos para hacerte preguntas, no para buscar respuestas.
Esas no existen, sólo hay cuestiones>>
…a
diferencia del malo que le decía justo lo contrario (como habrá adivinado el
lector, si es que lo hubiese)
Acrílico y esmalte sintético sobre lienzo (90 x 71) |
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