Abrió
la puerta de lo que había sido su espacio sagrado y percibió el cálido olor a
pintura. El color blanco inmaculado de un lienzo virgen, le recordó lo
terapéutico que siempre había “el principio”. Se quedó parado en medio del
sacrosanto volumen mirando en derredor los maravillosos campos de color que,
por alguna execrable razón, habían perdido el poder sanador contra ese maldito
y primitivo subconsciente que sólo se rige por la ley del Talión. Sólo le
quedaba por ver el último: el rojo sobre el blanco del lavabo. A eso había
venido, expresamente.
A Mark Rothko
Acrílico y esmalte sintético sobre lienzo (55 x 46) |
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