Y llegó a viejecito. Lo
supo porque casi sin darse cuenta llevaba, de pronto, un botón colgado al
cuello. Estaba muy claro que eso era
“cosa de sus hijos”, para estar ellos más tranquilos…como vivía solo, para
ellos exculparse un poco de sus respectivos subconscientes, que como todo el
mundo sabe siempre dicen la verdad; porque a él eso no le hacía falta, pero
para qué iba a decirles nada a estas alturas de la vida. Lo importante era su
vecina. El verdadero amor a la mejor edad, exclamaba en alto cuando la veía. Y
mis hijos creen que nuestro amor es forzado, que es fruto del miedo, del miedo
a morirme solo ¡Qué te parece, amada mía, con lo que me gasté en su educación y
lo ignorantes que son! Ella también llevaba un botoncito por la misma razón
contada un poco más arriba. Además, te voy a decir algo: en el fondo todo,
menos tú, me importa un pito…, y miraban a la vez sus respectivos botoncitos
de pitidos y se descojonaban de risa, con dos buenas copas de vino, utilizando
como posavasos las cajas de los fármacos hipotensores que tomaban
religiosamente, eso sí.
« Como no me des un beso
toco el botón y lío una que pa qué»
«Tonto, estate quieto»
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