Érase una vez un músico que iba
todas las semanas al dentista. Tenía la boca perfecta. Llegaba con mucha
antelación, daba los buenos días a la persona que le recibía y se sentaba
pacientemente en la sala de espera como mirando hacia el infinito. El
odontólogo no le hacía prácticamente nada la mayoría de las veces y le
reiteraba que no era necesaria esa elevada frecuentación. Pero él no hacía caso
y continuaba con sus visitas. Un día, entró en la sala de espera con cara de
pocos amigos. La recepcionista, dada la extrema amabilidad de las decenas de
veces en las que se había personado, le preguntó extrañada que qué ocurría y
que si necesitaba que le pasase antes de la hora reservada. Él le preguntó, en
un tono muy grosero, que por qué habían cambiado la música que habitualmente
ponían, contestándole ella que había sustituido el viejo cd por otro más actual.
<<Pero es que en el anterior había una maravillosa melodía que compuse
yo. A eso venía, al único sitio del mundo donde todavía… ¡admiraban mi arte!>>
Dando un portazo marchó entre
aspavientos y nunca más le volvieron a ver por allí.
La música de los consultorios... si no fuera porque tapan un poco el ruido del torno, bien podría preferir el silencio.
ResponderEliminarEl egocentrismo de algunos músicos...
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