Cada mañana la sensibilidad la despertaba con un
pellizquito. Era como un calambrazo en el centro exacto de su interior pero
que, a pesar de la cercanía, parecía que la acción se produjese fuera, muy
lejos. Esa imaginaria distancia entre la misma sensación era lo que la
desconcertaba y la hacía preguntarse que <<cómo es posible que, estando
tan lejos, me encuentre>> Y así, todos los despertares: pellizco y
asombro, pellizco y asombro….Aunque, una vez de lleno en la vigilia, todo se transformaba:
el pellizquito se convertía en vejación, y el calambrazo en un hematoma
horrendo, y la distancia que existía hasta el teléfono se dilataba como un
metal de otro mundo. Pronto, muy pronto lo descolgaría….Hoy mismo. Enhorabuena,
pues.
A las mujeres
maltratadas
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