Llevaba muchísimo tiempo subido en el triunfo. De
hecho, ya casi no se acordaba de los comienzos, de cómo entró en el partido y
de su escalada. Ahora, hoy, en un día lluvioso, todos esos recuerdos estaban tan
poco definidos como las formas que se veían a través de la empañada ventana de
su despacho. Tenía la tranquilidad, dada por tantos años mandando “de verdad”,
totalmente aposentada en lo más hondo de su ser. Gracias a ella (reflexionó) no
había perdido la compostura frente a esas acusaciones de malversación de
capitales y prevaricación. Cogió su abrigo y fue a tomar un café.
« Buenas, ¿me pone un
café?»
«Cómo no…aunque no
debería, por ser el asesino de mi hijo»
« ¿Qué dice usted?»
«¿No es usted ese
político acusado de quedarse con lo que no es suyo?»
«Oiga…tranquilícese. No me
ponga nada, que me voy»
«Con una pizca de ese
dinero…maldita sea mi estampa… mi hijo no se habría matado en ese punto
negro»
Los recuerdos ya no eran tan
difusos: instantáneamente se acordó…de todo.
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