Al salir por la puerta, cuando todavía estaba próximo a ella, notó como el reproche musitado al otro lado atravesaba la mirilla y se alojaba en su espalda cual certera saeta. Sabía, porque no era tonto, que era el final, ¡y de los peores! que son aquellos en los que no existe ni tan siquiera la leve anestesia de un simple aspaviento. El tiempo que tardó en alcanzar el portal fue más que suficiente para recordar toda la vida vivida. Sí, toda.
Óleo sobre lienzo 60x40 |