Un trocito de....

"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner


domingo, 26 de diciembre de 2010

Nanorrelato nº8


 Todo había salido a la perfección; el editor había hecho un trabajo magnífico y la prensa también, estaba en todas las grandes librerías; pero algo en su interior maltrataba la alegría provocada; no había conseguido su objetivo. Sí, ya sabía lo difícil que era sacar la cabeza en este mundo. Sí, su talento había sido un arma eficaz para tumbar a tantos y tantos competidores en una loca carrera por unos centímetros de estantería. Sí, todo eso lo sabía, pero no confortaba en nada a ese sentimiento ardiente que no se había aplacado en ningún momento del proceso de flotación literaria. No, no era famoso…. no como él quería. Ese había sido el motor de tanto derroche literario: la fama. La fama hasta sus últimas consecuencias, expresada en forma de no poder salir a la calle sin un paparazzi pegado, de no tener ni un solo ápice de vida privada, de no volver a decir la verdad nunca más. Era un escritor suficientemente conocido, pero lo que le importaba a la gente eran sus libros y no él. Llegar a esta conclusión,  la cual se había presentado de una forma diáfana, era lo más doloroso que recordaba. No, no puedo quedarme parado, volvió a exclamar en silencio. Ahora o nunca. Tengo que encontrar una solución, una fórmula magistral que cambie de dirección lo que nunca debía de haberse desarrollado de una forma tan burda. Pero qué, ¿qué debo hacer, qué derrotero debo tomar?
-Ya está -exclamó, esta vez en alto-, mentiré, diré que yo no he escrito la novela.
Mientras pensaba, sonó su móvil; cortó sin descolgar, no podía permitirse una distracción. Eso era; la mentira. La mentira le llevaría en volandas al mundo que realmente deseaba. Dicho y hecho. Nada más comunicar la repugnante acción empezó una escalada de entrevistas, programas, reportajes; magnífico, magnífico, retumbaba constantemente en su cabeza. Por fin era él lo importante y no su mente.
Sonó el timbre y ante él apareció la figura de un hombre derrotado, abatido por la injusticia.
-           Hola, ¿ya no me saludas?
-           ¿Cómo? ¿Quién eres?
-           ¿Ya no te acuerdas de tu hermano? Te he llamado varias veces a tu móvil, pero no has tenido cojones de descolgar. Por lo menos has reconocido que tú no escribiste “La necesidad del olvido”. Te venía a dar las gracias por ese alarde de valor.
-           ¿Cómo?

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