Miró a la serpiente. Era la primera vez que estaba a solas con ella. El color verduzco de su piel brilló de forma majestuosa. Pensó que la soledad a veces realza lo vulgar. Miró su redonda boca negra, también era maravillosa a pesar de la ausencia de color. Pero… volvió a su pensamiento, a su meta. Sabía que a ella le gustaría. Sí, estaba completamente convencido de que el áspid sí le escucharía, de que le encantaría su “conjura”. Era consciente del precio. Tendría que despertarla. Dudo, la miró, dudo, la volvió a mirar, dudó…y abrió la puerta del coche, fue hacia la parte de atrás y observó la también negra boca del tubo de escape. Serpiente y tubo se fundieron en un beso, un beso de despertar. La serpiente se desperezó. Él empezó a leerle y ella le regaló su aliento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario