No se hablaba con nadie
desde una fecha en concreto, estática. Toda persona que hubiese conocido antes
de ese punto temporal, era ignorada inmediatamente. Por ello, a ojos de toda
esa cohorte, era un sociópata, o desagradable, o raro, o que la vejez le había
hecho un huraño. Él sabía que no, pero no podía explicarlo. No. Sólo él conocía
su razón que no era otra que haber tocado la locura, haber entrado, como si de
un chapuzón se tratara, en ese estado, pero había tenido muchísima suerte y
cual plana piedra tirada con fuerza hacia la superficie de un lago, había
entrado y salido hacia la superficie, a la “normalidad”. Por eso no les hablaba
a ninguno, ya que todos los anteriores pertenecían al segmento temporal de la
inmersión, como si todos ellos por acción o inacción hubiesen sido responsables
de la barbaridad que había habitado en su cerebro hasta que saltó. Sabía que
eso no podía contarlo... ¡Para qué! Ahora, en soledad, se había introducido más
en el interior, en pleno secano, buscando la protección del desierto, la mayor
distancia hacia el agua.
Somos seres complicados y, por eso mismo, también fascinantes. Ya tenía ganas de leerte, Pedro. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, profesor. Un abrazo
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