El naufragio fue
rapidísimo. Las olas dieron la vuelta al barco como cuando se cae una tostada
al suelo. Visto y no visto; aunque de eso…ya hace muchos años. Y aquí sigue nuestro
protagonista, en su isla caribeña, todo el día en pelotas, sin hacer nada de
nada, salvo ver amaneceres y cosas así. He de añadir que no hay nadie más,
aunque eso no le importa demasiado, porque también estaba solo en aquel
cuchitril de cuarenta metros cuadrados con el monitor del ordenador como única
ventana al exterior. Cuantas veces habrá exclamado que qué bien hizo en
contratar aquel crucero por el Pacífico, gastándose lo que no tenía…¡qué habrá
hecho el banco con la pella! Y se ríe a carcajada limpia, que a veces son tan
fuertes que los pájaros exóticos se asustan y le protestan graznando. También
piensa a menudo cómo tendrá el colesterol que tan importante era: todos los
días andaba mirando las putas etiquetas de los bollos; en fin, estará solucionado,
claro, porque ahora sólo come fruta y eso era lo más aconsejable para mejorar
en ese sentido. Bendito naufragio escribió
con un pintalabios (que flotaba en el océano no sabe si de su accidente o de
alguna que le daba igual eso de reciclar y lo tiró sin más) en la entrada de su
cabaña de hojas y ramas, para leer, cada vez que vuelve de la playa, el nombre
de su casa, de su hogar.
Ahí, queremos estar much@s...
ResponderEliminarJajajajajjaja. Sin duda. Un abrazo, tío
Eliminarmuy idílico, pero creo que de todo se cansa uno...al final seguro que echará de menos muchas cosas de su vida previa.
ResponderEliminarNo lo creo, pero gracias por tu interés y comentario. Un abrazo
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