Activó el todopoderoso Skype y allí apareció, como por arte de
magia, su amigo del alma, su confidente, su apoyo desde que se conocieron
siendo niños, siguieron comprendiéndose en la universidad y ahora seguían con
la misma tarea en la madurez. Se quedaron mirando en silencio, no ellos, las
máquinas que los suplantaban, ya que ellas, las máquinas digo, no se conocían y
por tanto no tenían nada de qué hablar. Ellos también se dieron cuenta del
incómodo silencio de los ingenios mecánicos, pero fueron incapaces de romperlo
porque siempre que se veían cuando compartían espacio físico próximo como
inicio del encuentro se daban dos besos, y besar dos frías pantallas planas,
que además estaban calladas y no les animaban a ello que todo hay que decirlo
ya que todo influye, pues no les apetecía. Claro, pero si no hablaban la
amistad quedaba mermada de su más poderosa arma. Y nada más. El silencio. Fin.
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