Érase un
fantasma. Un fantasma de verdad, no un fantoche. Vestía una sábana blanca con
dos agujeros muy negros a modo de ojos. No eran muy bonitos pero… ¡por algún
lado tenía que ver! Podía, como
solución, haber cortado totalmente la parte que cubría su cabeza y haberse
hecho una especie de poncho con la sábana, pero al no ser de un tejido más
fuerte no le pareció apropiado. Pero su gran problema era la bola que llevaba
constantemente atada a su invisible tobillo izquierdo. Quien se la puso
aprovechó la ceguera temporal que le produjo cuando le cayó la sábana encima,
hasta que hizo los agujeros antes comentados. Sí, en su día o en su siglo que
había pasado mucho tiempo de su nueva estructura molecular, miró hacia abajo y
la vio: negra, redonda y pesada…y ruidosa, muy ruidosa. Desde entonces siempre
se pregunta por qué aquel ser que cubrió ridículamente un cuerpo transparente,
que hay que ser retorcido, con una blanquísima sábana, además le ató semejante
peso << No te lo preguntes: quítatelo, que no escuchas porque estás bloqueada ¡Yo te ayudo!>> Le volvió
a gritar, por enésima vez, una regia y brillante armadura.
Un personaje de miedo que lo que produce es solidaridad. Son peores los fantoches, y lo que abundan.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro