Estaba como un
flan: nerviosito perdido. Se había echado colonia sobre colonia y sobre
colonia. El traje, la corbata y su correspondiente pasador, los zapatos
relucientes, el pañuelo bien planchado…todo. Todo repasado al dedillo para causar
la mejor impresión posible. Cuando se disponía a salir de la habitación, entró
la cuidadora.
<<Don
Arturo: su hijo está abajo, esperándole>>
<<
¡Maldita sea! No puedo ir; tengo una cita muy importante. Estos chiquillos
siempre vienen en el peor momento>>
<<Pero… ¿con
quién se ha citado, si en esta residencia sólo hay hombres?>>
Y guiñándole un
ojo, salió directo hacia su deseado destino.
Dicen que nunca es tarde para tomar el camino que a cada uno le corresponde. Algunos esperan muchos años para hacerlo, olvidando los convencionalismos, aunque con tanta capa de colonia pudiera parecer que estaba en la primera adolescencia.
ResponderEliminarMuy buen relato, Pedro. Un abrazo