Todas las
mañanas, antes de bajarse del coche para ir a su puesto de trabajo, tragaba saliva.
No era una acción baladí ya que el líquido bucal era realmente una bola muy
espesa, que le costaba pasar un ratito no sin esfuerzo. De hecho, se ayudaba
mentalmente “engrasándolo” con la foto de sus hijos, sonrientes ellos. Sabía
que lo que iba a encontrar dentro era terrible, como todos los días, como todas
las semanas…. y que en unos segundos comenzaría una nueva jornada de vejaciones
que tenía que aguantar sí o sí, como si de una enfermedad crónica se tratase. Pii-pii, le despedía el correcaminos al
cerrar el automóvil con el mando, como si se riese de él << Pero a mí si
me agarra el coyote, ya lo creo>>
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