Confundía el amanecer
con la puesta de Sol: no era capaz de discernir si la dorada estrella subía o
bajaba. El pasado y el futuro se intercambiaban de forma sarcástica, como si
bailaran agarrados y una vez llevara uno y la siguiente el otro. Tampoco distinguía
si la barca iba o venía, si la playa se acercaba o alejábase, si los gritos de
los que se ahogaban aumentaban o disminuían. No era capaz de nada, salvo de
agarrar a su hijo de la ropa, del que tampoco sabía si crecería grande y sano o
se transformaría en un insignificante aborto.
Este relato me ha recordado esos momentos que supongo que tenemos todos, en los que nos creemos capaces de cualquier cosa, mientras que otras veces pensamos que nunca llegaremos a nada.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro
Gracias, Ángel. Realmente he tratado de escribir sobre un refugiado, sobre la confusión que deben sentir, ya que no pueden ir ni para delante ni volver atrás. Un abrazo
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