Una vez que
asumió que nadie vendría, se relajó. Anduvo unos pasos, alejándose de la
gasolinera, y el aire limpio fue eliminando el olor a combustible con lo que
pudo empezar a pensar con claridad. Toda su perruna vida había estado esperando
algo: o que le pusieran la comida, o que le bajaran a la calle, o que alguien
llegara a casa para hacerle unas caricias. Pero todo eso ya se había terminado.
Sí. Esta era la última espera. Comenzó a andar y la ilusión llegó de repente al
imaginar las aventuras que viviría a partir de entonces. Se fundió con su
antiguo amigo recientemente desaparecido y, convirtiéndose en un organismo
mitad perro y mitad abuelo, alcanzó el éxtasis libertario: soy yo, por fin.
Tiró, al lugar que le corresponde, todas esas promesas y compromisos y sonrisas
de color gris marengo. Pero antes de partir quiso mirar al sol y en su camino tropezó con unos carteles
electorales cuyos individuos fotografiados tenían todos los mismos ojos que
su…en fin. Leyó algo de promesa o libertad o buen camino. Se
descojonó, es más: aulló de risa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario