El plateado
cohete iba a toda mecha. Sabía servir bien a su piloto, y para ello surcaba el
infinito espacio con la misma prisa que él. Ni una sola mirada atrás, ni tan
siquiera para contemplar la belleza del sistema solar desde esa distancia.
Nada. Aquello era el pasado. Lo que venga será el presente…el presente eterno,
que es, sin duda, el mejor futuro. Según iban pasando los años luz, la prisa empezó
a amainar. Un bostezo de descanso absorbió de golpe todo el aire de la cabina.
Ya no hacía falta ir tan rápido, por lo que puso la turbina al ralentí. Sintió
la necesidad de deleitarse con el paisaje y miró por la ventanilla, pero sólo
había oscuridad: estaban en medio de la nada; habían salido pero no llegado.
Aceleró bruscamente y el motor se partió en dos. Se hizo el silencio. El
ordenador le comunicó que ya no había fuerza motriz para llegar al “destino”, y
que nunca hay que bajar la guardia ante la desesperación. FIN.
A Ray Bradbury
Las prisas nunca son buenas consejeras, ni siquiera en un hipotético futuro. Por lo menos, gracias a tu relato sabemos que los ordenadores estarán programados para obsequiar con máximas sabias en los momentos más oportunos.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro
Claro, es que a lo mejor el ordenador también huía de otra CPU. Él jamás habría cometido semejante error "humano". Un abrazo, Ángel.
EliminarMuchas gracias, Julio David.
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